miércoles, enero 26, 2005

El señor

Otro relato corto de mi estimado Jergovic. Hace reflexionar sobre lo mucho que significan las pequeñas cosas, como por ejemplo, dar agua al prójimo.

EL SEÑOR

Los mozos de carga antaño llevaban las cestas llenas de mercadería por Sepetarovac, en sus espaldas hasta los almacenes de Bjelave y las tiendas de Pothrastovina . Subían por esa calle inclinada durante siglos, y siempre les esperaba una fuente situada en la cima de la cuesta, bajo cuyos chorros refrescantes hallaban el alivio y la esperanza de que el ese pequeña colina cederá bajo el peso de sus problemas. La fuente fue edificada en tiempos remotos por algún noble para hacer el bien y para que eso se le apunte en el otro mundo. La fuente nunca se ha quedado seca, ni cuando los camiones han sustituido a los mozos y el recuerdo a sus cestas sólo se quedó en el nombre de la calle.

El señor Ivo vivía en la parte baja de Sepetarovac casi toda la vida, pero para él y para los demás siempre siguió siendo el hombre de Dubrovnik. Las rosas de su jardín eran más grandes que la de los jardines vecinos, su patio empedrado siempre limpio y su saludo cordial en su justa medida, ni demasiado cercano como en la gente sencilla ni demasiado ausente como en los nuevos señoritos de la ciudad.

En el comienzo del otoño de 1991, después del ataque serbio a Dubrovnik, señor Ivo compró cinco gallinas y un gallo, arrancó el rosal y trabajó la tierra y también encontró un pozo abandonado y taponado en el jardín. Lo limpió, lo aseguró con gravilla y lo valló con piedras finas y blancas. Los vecinos intuían sus intenciones pero no podían creer que alguien podía albergar pensamientos tan pesimistas y como todo un señor se puede convertir en un trabajador lleno de barro y un campesino preparado para aguantar la peste del gallinero.

- Dejadlo, si pasa algo, no lo quiera Dios, yo estaré preparado; y si no pasa nada, al menos me habré entretenido. Hace treinta años que vivo entre rosas y no me quiero morir antes de saber en que se diferencian de las gallinas.

El comienzo de la guerra lo sorprendió con una cosecha extraordinaria de tomates y lechuga, y los primeros cortes de agua con el agua fría y cristalina de su pozo. Con el tiempo, el cacareo de las gallinas parecía música celestial a sus vecinos, el sonido que te saca del mundo de la oscuridad a la luz del día.

- El señor siempre sigue siendo un señor, y un plebeyo siempre sigue siendo un plebeyo. Hasta ayer lo mirábamos entre nosotros pensando – mira, ha llegado un señorito de Dubrovnik, y hoy está entre la mierda de las gallinas y sigue siendo el mismo señor que antes.

Cuando el agua en las tuberías llevaba ya diez días sin correr y cuando se secó la fuente en la cima de Sepetarovac, los vecinos se acercaron cubo en mano por primera vez a la ventana de Ivo. Él llenó sus cubos, y ellos, claro, corrieron la voz por el barrio. Mañana había cincuenta personas delante de la casa de Ivo, él los sirvió, pero cincuenta más llegaron el día siguente. A nadie estaba permitido servirse a sí mismo para no ensuciar el pozo.

Algunos días después, el señor Ivo colgó un aviso en su puerta: “Estimados vecinos, los términos para el pozo son de 10 a 12 y de 16 a 18. En otras horas no estoy disponible para serviros.” Delante de su casa se extendía una cola larga y bien formada, Ivo dejaba entrar de tres en tres a los aguadores, nadie protestaba o levantaba la voz. Las normas de comportamiento se respetaban como en una iglesia o una mezquita. Los infractores fueron llamados a la atención, por el mismo Ivo o por alguien de la cola, y se les dijo que están esperando para obtener agua y no para divertirse y que se comporten según la situación.

El aguador, cuadro de Velázquez

En los días de bombardeos intensos o cuando soplaba el viento del sur, el señor se volvía un poco nervioso, pero la gente lo intentaba animar con las miradas, preguntas curiosas y pequeños gestos de agradecimiento. Algunas veces lo conseguían, pero algunas veces Ivo se comportaba como un noble altivo; llovían las ironías pícaras, avisos sin razón aparente, incluso insultos. Sin embargo, nunca había denegado el agua a nadie.

Cuando los vientos del sur se calmaban, y los serbios también, el señor volvía a ser el mismo; majestuoso incluso inclinado ante el pozo sudando copiosamente y cuando se veía obligado a sentarse durante cinco minutos para recuperarse.

En los días en los que el sistema de agua municipal volvía a funcionar, el señor Ivo podía descansar. Durante esos días nadie lo mencionaba ni llamaba a su puerta. Había que dejar al hombre descansar de la gente durante unos días. Y no olvidar que volverás otra vez a su puerta, feliz por haber nacido bajo la buena estrella y que no tienes que caminar hasta la bomba de agua en la Fábrica de Cerveza, donde los serbios enviaban granadas cada cierto tiempo.

Un día antes de la Navidad, señor Ivo anunció que el día siguiente no estará disponible, por ser su fiesta, pero que hoy se quedaría todo el día. El día siguiente, festivo, los aguadores llevaron regalos para el señor Ivo. Pitas, baklavas, jarras de leche agria hecha con la leche en polvo, pequeños paquetitos de café molido, y una caja de cigarrillos Filter Croatia, lo que especialmente conmovió a Ivo.

El primer día después de la Navidad fue como cualquier otro. En un lado la larga cola de hombres, mujeres y niños con cubos, y en el otro el señor Ivo mirando hacia el fondo del pozo. En la claridad de su agua está concentrada toda la bondad del mundo para este barrio de Sarajevo. El señor llenará todos los cubos, y entonces habrá que subir la cuesta.

- Cada día cuando subo la cuesta con los cubos del agua, me acuerdo de nuestro Señor Jesucristo y su Calvario. Pienso si puede ser posible que el Calvario es siempre cuesta arriba o hay partes que son cuesta abajo – dijo mi madre a una señora musulmana en la cola, acarreándole una preocupación más.