Hoy debería estar en mi casa en Mostar, de vacaciones, durmiendo como un tronco para descansar después de una semana bastante apretada en el trabajo. Y aquí estoy, en el hotel NH del aeropuerto de Viena, escribiendo este post medio dormido a pesar de la ducha supuestamente revitalizante que me acabo de dar.
Ayer por la tarde llegué a Viena para enlazar con el vuelo a Sarajevo que salía a las 20:00h. Hasta aquí todo bien. Llegamos a Sarajevo y comenzamos el aterrizaje, hasta que bruscamente el avión volvió a ganar altura y el piloto nos avisó que "por la baja visibilidad ha sido imposible aterrizar con seguridad". El avión es un Dash-8 de turbohélice, demasiado pequeño para poder aterrizar en medio de la niebla densa que cubría la pista de aterrizaje.
De vuelta a Viena nos líaron con las explicaciones hasta el punto que ya no sabíamos ni donde ni cuando íbamos a volver. Parecía la continuación de la lotería de ayer. A un servidor le tocó el vuelo directo a Sarajevo hoy (con las miradas envidiosas de los demás pasajeros), a otros un vuelo a Zagreb y luego a Sarajevo, a otros un vuelo a Zagreb nada más. Nos dieron un bono para cenar en un 24/7 y nos alojaron en el hotel NH del aeropuerto (el chico de la recepción que me atendió era un tal Manuel, que se quedó muy sorprendido cuando le hablé en castellano sin acento que se les supone a los extranjeros).
Además, durante el vuelo he entablado amistad con la compañera del asiento de al lado, una tal Sabina, bosnia viviendo en Noruega. Ella iba a Mostar también, para visitar a los familiares. Lo extraño de la historia es que es menor de edad, "de casi 17 años" como dice. Como la vi tan perdida, no la perdía de vista hasta que ya tuviera su billete seguro para hoy, la cena y el hotel.
Espero que la previsión de tiempo de hoy me dé una alegría y la densa niebla se levante para mediodía. El Murphy ya ha hecho suficiente, ¿no creéis?