viernes, octubre 08, 2004

Veronika

Voy a compartir con vosotros un cuento de un autor que me gusta mucho, Miljenko Jergovic.


VERONIKA

Cuando las aguas del Lašva inundan el Campo de Nadie, una vieja sale a la ventana de la casa de los Ćatić, desata su pañuelo y deshace sus trenzas. Entonces, con sus dedos blancos y frágiles alisa su cabello, se retira a la oscuridad de su cuarto y cierra la cortina. Nadie la ve durante el año, ni en la calle ni delante de su casa, y nadie creería que existe durante esos breves minutos, justamente cuando el Campo de Nadie está bajo el agua, si no fuera por su ritual que se repite en su ventana, haciendo que la gente se pregunte a quien está dedicado y porque, y a preguntarse que infortunio ha hecho que la mujer de la casa de los Ćatić convierta su vida en una convocatoria de las recuerdos de diez minutos, sobre el campo yermo.

El herrero ha llevado a sus cinco hijos durante la vida tal como el diablo lleva su alma pecadora. Cuando ya eran mayores, uno por uno huían de casa, uno a trabajar en la mina, otro a ingresar en el convento de los frailes. Cuando se marchó el último, en casa sólo quedaba la hija, bella Veronika, ante cuyo rostro y cuyos ojos incluso los mozos más vividores del pueblo se volvían más quietos y más callados, acaso por no romper tamaña belleza y por no convertirla en una decoración celeste que se llevaria el viento sobre Kruščica. Pero el herrero veía otra cosa en Veronika. O quizás no veía nada. Cuando volvía borracho de Zenica, la miraba con una mirada ebria y cruel y mascullaba algo entre los dientes, mientras ella se escondía en los rincones más oscuros de casa y imploraba al Señor que no avive el fuego de la chimenea y no la ilumine antes de que su padre se duerma.

Debe ser que le era dificil verla a su lado, por lo que el herrero le dijo a Veronika, una tarde cuando volvió del pueblo, que mañana mismo fuera a casa de Mile el hostalero. Le ayudaría, fregando los vasos y trabajando como camarera. La chica no dijo ni una palabra, y quien sabe si el herrero habrá oído alguna vez su viva voz.

Hay que mencionar que todo esto ocurría en los años cuando en Bosnia no había ni una sola chica de casa bien que trabajase en un tugurio. Incluso los pobres más pobres preferían morir de hambre que enviar a su hija a una guarida de borrachos donde solían servir unas pelanduscas que el dueño habrá traído de quien sabe donde y que a menudo no sabían ni el idioma. Lo único que aprendían a decir era "aguardiente", "café", "rosado", "corona" y "cien cruceros". Algo aprendían también retozando con los viajeros en los cuartos de arriba, donde ocurría lo que ocurría en todas las posadas bosnias, por lo que la gente de todos los tiempos diferenciaba este tiempo de los tiempos buenos de antes.

En fin, así era el lugar donde el herrero envió a su Veronika para quedarse finalmente solo o para hacer la maldad nunca vista a su viva descendencia, por razones nunca conocidos. Veronika se movía ágilmente entre mesas llevando las bandejas que le caían de las manos cuando algunos ojos borrachos de fijaban en ella. Mile el posadero nunca le gritaba, debe ser por el temor que sentía por ser un ayudante en el mal terrible que, sin embargo, todavía no había ocurrido pero que no se podía evitar porque su padre le dejó en herencia esa posada y el Señor decidió que su oficio sea el que no quería ninguna persona honesta, pero con el que alimentaba a sus hijos con la esperanza de que crecerán y se convertirán en personas diferentes y que nunca escucharán por encima de sus cabezas el ruido de las maderas del techo y que nunca tendrían que sentir entre las manos los restos pegajosos de una vida recién empezada.

Veronika no se dirigía nunca a los cuartos de arriba, y nadie le decía que haga semejante cosa. La belleza que iluminaba las cuatro paredes de la posada se convertía en algo diferente, algo que hacía que la gente tenga la idea de una amenaza extraña por lo que hacían y lo que harían cuando lleguen borrachos a casa.

Decían sobre Tomasz que se había escapado del frente. Un día apareció en la posada con los pantalones militares, rubio y con la mirada atemorizada, y se sentó en la única silla libre, se puso la bandeja con la cafetera y las tazas sobre las rodillas y miró de reojo a la gente allí presente, seguramente buscando a alguien que lo denunciase.

Veronika le llevó un trozo de pan, él asintió con la cabeza, y ella, según dicen algunos, le sonrió. Quizás no lo hizo, pero así cuenta la historia en la que, después de treinta años de decoración y añadiduras, seguramente hay algo de ficción.

Nadie sabe donde dormía Tomasz. Mile el posadero decía que se había cavado un vivac en el bosque que luego descubrirían los hijos de Mile cuando esta historía se habrá acabado de la manera más trágica. El hecho es que durante los días siguientes el polaco rubio llegaba a la posada cada tarde, se sentaba en la misma silla y mantenía en sus rodillas la misma bandeja.

Mile el bartendero llamó a Veronika a un lado, la agarró por el hombro y le dijo:

- ¡No lo hagas, niña! Él se marchará, y tú te quedarás.

Ella lo miró con desafío por primera vez y contestó:

- No sé de que me habla usted. Nadie se irá y nadie se quedará y no sé ni quién ha llegado. Yo hago mi trabajo, y si no lo hago bien, me lo dice usted pero de la manera que yo lo comprenda.

Mile el posadero se fue sin decir nada más. A los que les gusta añadir florituras a los cuentos dicen que esa misma noche, justo antes de cerrar, crujieron las maderas del techo y un polvillo blanco cayó en las mesas. No había durado mucho, dicen, y Tomasz no estaba en su silla de siempre.

Antes de Santa Caterina el polaco aparecío por última vez en la posada, se tomó su café y nadie lo ha visto nunca jamás desde entonces. Primero se decía que un tal Hasan lo vio entre dos soldados, encadenado, cruzando el puente cerca del campo de los Kamberović, camino a la cárcel, pero como ese tal Hasan nunca apareció en la posada para corroborar su historia, al final se ha llegado al tácito acuerdo de que Tomasz había desaparecido sin dejar rastro alguno.

Nadie notó cuando a Veronika le empezó a crecer la tripa. La mantenía bien oculta tras el delantal, así que ni las mujeres que esperaban a sus maridos delante de la posada y veían todo en sus chácharas, no sospecharon de ella. Lo que es cierto es que después de la marcha del polaco, Veronika no sonrió nunca más.

Era al final del marzo cuando Mijo Barešić llamó a la puerta del herrero. Éste cogió un pañuelo negro y cubrió el espejo con él. No dijo nada, ni hizo ningún cambio de expresión cuando oyó que el agua dejó el cuerpo de Veronika en el Campo de Nadie, junto con el niño que habría nacido unos diez días después.

Después de este acontecimiento Kata Ćatić, la hija mayor de Mile el posadero, no salió nunca más de casa. La relación que ella podía tener con la bella Veronika, la razón por la que hizo de su destino el suyo y porque cada año deshace sus trenzas y a quien así deshace los nudos del camino, esas son las preguntas a las que nadie en el valle del Lašva ha encontrado respuesta.


Miljenko Jergovic, el autor
Miljenko Jergovic

1 Comments:

A las 8/10/04 10:27, Anonymous Anónimo dijo...

Comparteixo amb tu l´admiració per aquest petit conte d´en Miljenko Jergovic, i no només perquè en compartim el nom. A més, sempre m´ha encantat el génere de prosa curta per tot el que s´expressa en tan poques paraules... com m´agradaria expressar en tan poc tot el que a vegades sento, i que no sé ni com anomenar-ho!

Nica

P.D. Gràcies per tots els teus meravellosos comentaris, Minstrel ;-)

 

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